El gran Jorge Luis Borges recordaba a menudo que no había que temerles a los llamados “lugares comunes”. Entonces, para encabezar esta crónica de un viaje a Florianópolis, capital del estado de Santa Catarina, se escribirá que es un paraíso de verde intenso más un azul de mar que a veces se transforma en verde, y que mezcla la blancura de sus arenas con un paisaje infinitoque se pierde en el horizonte. Lugares comunes, claro. Pero, ¿cómo describir un paraíso terrenal? Bajemos el tono, suprimamos adjetivos, y apuntemos a los datos meramente informativos.
Florianópolis, gema en el sudeste del Brasil, alberga a 400.000 habitantes (contando el Gran Florianópolis). La isla (que, en realidad se llama Santa Catarina) está unida al resto del estado por el puente Hercilio Luz, “tarjeta postal de la ciudad”, como enaltecen los folletos turísticos. De noche, el puente iluminado se parece a una pintura del holandés Mondrian. En la isla están los más variados tipos de playas: las extensas, con anchas fajas de arena; las pequeñas, que refulgen en las bahías; las de olas grandes y fuertes; las de mar tranquilo, que semejan lagos pequeños; las muy urbanizadas; las desiertas, que sólo tienen acceso por caminos o sendas intrincadas.
La asombrosa combinación de bosque atlántico, dunas y playas interminables, no “puede” ser contaminada por la desidia del hombre. Las autoridades cumplen rigurosamente con la defensa del medio ambiente y, justo es decirlo, también el turista.
Florianópolis y todo el estado de Santa Catarina es una invitación al turismo. No sólo, claro, es una maravilla para descansar sobre sus finas playas y zambullirse en un Atlántico de aguas cálidas, sino también para gozar de los más variados frutos del mar (sus ostras son exquisitas) y bailar hasta el amanecer en cualquiera de sus boliches. Las alternativas que ofrecen esta ciudad y este estado son casi infinitas.
La Europa brasileña
En el litoral existen más de quinientas bellísimas playas. Y en el interior, el escenario intercala paisajes rurales con núcleos urbanos con presencia de inmigrantes italianos, alemanes, portugueses, polacos, descendientes de las Islas Azores y ucranianos. No por nada la llaman “la Europa de Brasil”. Completan el paisaje montañas, cañones, valles sinuosos, ríos y cascadas ocultas en el bosque atlántico más preservado de este país. Otro rasgo de Santa Catarina: es el único estado brasileño donde nieva todos los años.
En Florianópolis y sus playas hay muchos y muy buenos hoteles, posadas, restaurantes y shoppings. También cuenta con aeropuerto internacional y una vida nocturna que no termina nunca. Quienes practican actividades náuticas encuentran aquí todas las alternativas posibles. La costa recortada, con bahías, ensenadas y lagunas protegidas, es perfecta para la práctica del surf, la vela y el windsurf. Las olas parecen dibujadas y congregan a miles de surfistas. También son muy recomendables las excursiones en barco o velero, que permiten un “mix” diferentes aventuras: por ejemplo, navegar y bucear, casi siempre con un viento nordeste que acaricia y energiza. Es cierto que a veces también sopla viento del Sur (“De la Argentina”, dice Tais, una de las guías, de inocultable ascendencia italiana), y es posible que dure entre dos y tres días. Cuando este enviado visitó Florianópolis, el cielo se nubló durante tres días y un suave pero frío viento Sur castigó las playas. Pero fue otra bendición: en ese marco verde y azul, rodeado de morros, la naturaleza adquiere otros matices, otros colores, otro sentido, otra dimensión.
Meca del surf
Desde Passo de Torres, en el extremo sur del estado, hasta Itapoá, en el Norte, el litoral catarinense presenta 127 playas con magníficas condiciones para practicar surf. Entre ellas, tienen fama internacional Joaquina, en Florianópolis; Guarda do Embaú, en Imbituba; y Silveira y Ferrugem, en Garopaba. La cultura del surf está tan implantada que influencia el estilo de vida de las ciudades costeras e impulsa un turismo joven cada vez más extendido. Los más de 500 kilómetros de costa del estado siempre tienen alguna buena ola que fascina a estos jóvenes intrépidos. Las aguas, en general, son cálidas pero es importante tener a mano ropas de neoprene ante cualquier eventualidad.
Si hablamos de olas, qué mejor que las que se elevan con majestuosidad en las playas de Florianópolis. Las más frecuentadas son las de Joaquina y Mole, en la costa este de la Isla. Otras favoritas son Campeche, Brava y Santinho. Sus lentos atardeceres les dan un toquecito poético, con un inevitable recuerdo de Vinicius de Moraes y Tom Jobim, los creadores de la inolvidable “Garota de Ipanema”.
De junio a noviembre, gran parte de Praia do Rosa (al sur de Florianópolis), es visitada por las ballenas Franca, que llegan desde el Sur para dar a luz y amamantar a sus crías. Los turistas europeos son fanáticos de este paisaje que une lo agreste con lo tierno: es un gran espectáculo ver, desde la playa o desde un barco, las ballenas que cargan a sus crías para llevarlas al lejano y frío sur.
El estado de Santa Catarina tiene 95.000 km cuadrados (la superficie del 1,12 por ciento de Brasil). En su breve territorio se conjugan bellísimas e inmensas playas, varias islas, dunas, bosques, montañas, ríos, lagunas y cascadas. Además, sus montañas, con más de 2.000 metros de altitud, están cubiertas por bosques de araucarias, que en invierno se blanquean con la copiosa nieve.
Terminemos la crónica con otro lugar común: la perfección se termina cuando el turista parte rumbo al aeropuerto. Detrás, el paraíso se achica y se esfuma. Hasta el inevitable regreso.
(Alberto González Toro,Clarín.com, 30/12/07)